miércoles, 25 de junio de 2014

Poder y violencia en "Los niños perdidos" I

Los niños perdidos es una obra escrita por Laila Ripoll en 2005 y su argumento está muy relacionado con la realidad que se vivía en España en esos años.

Era un momento en el que la Ley de Memoria Histórica empezaba a forjarse, si bien no políticamente, sí en la conciencia de los ciudadanos, que empezaban a reclamar el "reconocimiento de los derechos de las personas que sufrieron las consecuencias más negativas"*

La sociedad reclamaba una recuperación y un esclarecimiento de los acontecimientos que tuvieron lugar durante estos años con el fin, no solo de honrar a todos los que sufrieron, sino también de dar ciertos valores a las generaciones más jóvenes y a las futuras.

Cobran para la autora especial protagonismo los niños, las figuras más débiles y que más sufrieron en el contexto de la Guerra Civil y la posguerra, quizá también porque es un tema que no le tocaba muy de lejos, por su condición de nieta de exiliados del franquismo y se sentía especialmente comprometida con esta causa.

El final de la obra revela un mensaje muy potente: el abrir la puerta al recuerdo para deshacerse de los fantasmas del pasado. La autora nos dice que no tiene sentido negar lo que sucedió en tanto que es un episodio de nuestras vidas y de nuestra historia como españoles.

Los niños nos hacen revivir su experiencia y, a través de ella, nos revelan una parte de la historia de España que, hasta hace relativamente poco, nos era desconocida.



Pasando al tema que nos ocupa, el de la violencia y el poder. Queda claro que son las figuras de poder reconocidas las que ejercen toda la violencia sobre los débiles, en este caso los niños.

Diciendo "figuras de poder reconocidas" me quiero referir a que no hay un intento de imposición entre iguales, como por ejemplo sucede en La paz perpetua, donde dos de los protagonistas, estando en igualdad de condiciones, tienen una actitud violenta en contra del tercero cuando su estatus dentro de la historia es exactamente el mismo.

Bien es cierto que entre los chicos también hay cierta actitud de competencia además de rencillas y peleas, pero es mucho más comprensible que haya peleas entre niños y tiene un significado mucho menos profundo. Además, el modo en el que están viviendo les hace sacar cierto instinto de supervivencia y ser egoístas.

LÁZARO: Oye, ¿no habría que dejarle algo al Cucachica?
MARQUÉS: Que hubiera estado aquí.
LÁZARO: Hay que dejarle algo.
MARQUÉS: Que hubiera estao donde debe.
[...]
LÁZARO: ¡Cuca! ¡Cucachica!
MARQUÉS: No le llames, déjale, que espabile el meón ese.
LÁZARO: ¡Cucachica! ¿Dónde te has metido?
MARQUÉS: No le llames que si aparece vamos a tocar a menos.
LÁZARO: ¡Como sigas comiendo te parto las patas!

Estas figuras de poder que ejercen la violencia dentro de la obra pueden considerarse desde Franco y sus seguidores, causantes primeros de la situación que tienen que vivir estos niños, hasta la Sor y la dirección del orfanato, por las condiciones en las que mantienen a los protagonistas y el trato que les dan.

SOR: [...] Marranos. El pan por los suelos. Salvajes, que estáis sin civilizar. [...] ¿Qué creéis? ¿Que como tenéis rabo no os voy a encontrar? ¡Hijos del demonio! ¡Anticristos! Esperad, esperad a que os encuentre y veréis lo que es bueno. ¡Desgraciados! ¡Zape! ¡Zape, asquerosos! ¡Zape! [...] Ya saldréis, ya. Ya veréis cuando tengáis hambre. De momento os vais a quedar aquí, encerrados y sin comer ni beber hasta que a mi me de la gana. Y la leche me la llevo. (Tantea, pero está desorientada y no encuentra el plato). Bueno, pues no me la llevo, así que aprovechadla porque no vais a tener otra cosa para comer hasta que las ranas críen pelo. A ver si así aprendéis. ¡Hijos de Satanás! ¡Cabrones!

La situación extrema en que viven los protagonistas ya se presenta desde el comienzo de la obra. En las acotaciones se nos informa de que están en el desván de un orfanato, encerrados, tienen que hacer sus necesidades por la ventana y están hacinados y malviviendo entre un montón de trastos viejos e inútiles.

Los ruidos hacen que Lázaro, a sabiendas ya de lo que venía, se esconda. Y no sin razón, pues quien entra es Sor, la monja que debe cuidarlos y traerles la comida pero que en realidad les trae una basura insuficiente para alimentarse y que incluso podemos entender que les sienta mal con cierta frecuencia.

LÁZARO: (Siempre con la boca llena) Está asqueroso.
MARQUÉS: (Igual) Sí.
LÁZARO: Dan ganas de vomitar.
MARQUÉS: Y de hacer caca.



Hasta aquí una primera aproximación al tema de la violencia en esta obra, que continuaremos tratando en el siguiente post.
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*Cita tomada de la introducción Francisca Vilches de Frutos a la edición de la obra en KRK ediciones. RIPOLL, Laila: Los niños perdidos. Introd. Francisca Vilches de Frutos, Oviedo, KRK ediciones, 2010. Pág. 13

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